SABIDURÍA
No hay nada en este mundo que supere a la sabiduría. Ni la fama, el dinero, ni cualquier otra cosa existente en este mundo puede superarla, es lamentable como puede una persona buscar todo aquello que está muy por debajo de ella y hasta invertir la vida entera para morir sin alcanzar ni la milésima parte de aquello que busca.
La sabiduría es un don otorgado por Dios y solo aquellos a quienes Dios quiere darles una pequeñísima parte de esta, son los sobresaliente en esta sociedad y en todas las existentes en cualquier tiempo.
La sabiduría atrae todas las demás cosas necesarias en abundancia y es ahí donde la sabiduría corre el riesgo de alejarse de aquella persona que recibió tan valioso don, ya que una persona común y corriente tiene enormes fortalezas y enormes debilidades las cuales están estrechamente relacionadas con el carácter.
El carácter de una persona puede llevarle a mantener la sabiduría por sobre todo bien material y gozar de ellos o puede llevarle a alejarse de ella debido a la abundancia de estos.
La sabiduría reconoce a la humildad y siempre la alaga porque es tan valiosa como ella, asimismo reconoce a la justicia y siempre la apoya porque es tan valiosa como ella, además reconoce a la compasión y la defiende porque es tan valiosa como ella.
La sabiduría manifiesta que no puede superar al amor ya que el amor desborda y nutre a la humildad, a la justicia, a la compasión y a la sabiduría
EL ORIGEN DE LA SABÍDURÍA DE SALOMÓN
1 Reyes: 3
3 Salomón amaba a Dios y seguía las instrucciones que le había dado su padre, David. Sin embargo, ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los pequeños santuarios. 4 El santuario más importante de todos estos estaba en Gabaón. Un día, el rey fue allá y ofreció muchos sacrificios. 5 Esa noche, Salomón la pasó en Gabaón. Mientras dormía, Dios se le apareció en un sueño y le dijo:
—Pídeme lo que quieras; yo te lo daré.
6-7 Salomón contestó:
—Dios mío, tú amaste mucho a mi padre David, y fuiste muy bueno con él, porque él te sirvió fielmente, fue un buen rey y te obedeció en todo. Además, permitiste que yo, que soy su hijo, reine ahora en su lugar. Pero yo soy muy joven, y no sé qué hacer. 8-9 Y ahora tengo que dirigir a tu pueblo, que es tan grande y numeroso. Dame sabiduría, para que pueda saber lo que está bien y lo que está mal. Sin tu ayuda yo no podría gobernarlo.
10 A Dios le gustó que Salomón le pidiera esto, 11 y le dijo:
—Como me pediste sabiduría para saber lo que es bueno, en lugar de pedirme una vida larga, riquezas, o la muerte de tus enemigos, 12 voy a darte sabiduría e inteligencia. Serás más sabio que todos los que han vivido antes o vivan después de ti. 13 Pero además te daré riquezas y mucha fama, aunque no hayas pedido eso. Mientras vivas, no habrá otro rey tan rico ni tan famoso como tú. 14 Y si me obedeces en todo como lo hizo tu padre, vivirás muchos años.
15 Cuando Salomón se despertó, se dio cuenta que había estado soñando. Después fue a Jerusalén y de pie, ante el cofre del pacto de Dios, presentó sacrificios y ofrendas de paz. Cuando terminó, hizo una fiesta para todos sus asistentes y consejeros.
16 Poco tiempo después, dos prostitutas fueron a ver al rey. 17 Una de ellas le dijo:
—Majestad, nosotras dos vivimos en la misma casa. Yo tuve un hijo, 18 y tres días después, también esta mujer tuvo el suyo. Sólo nosotras dos estábamos en la casa.
19 »Una noche, el bebé de esta mujer murió porque ella lo aplastó mientras dormía. 20 A media noche se despertó, y al ver que su hijo estaba muerto, lo cambió por el mío. 21 A la mañana, cuando desperté, y quise darle leche a mi hijo, me di cuenta de que el bebé estaba muerto, pero cuando ya hubo más luz en la habitación, descubrí que no era mi hijo.
22 La otra mujer dijo:
—No, el niño que vive es mi hijo. El que está muerto es el tuyo.
La mujer que había hablado primero le contestó:
—No, el niño muerto es tu hijo. ¡El mío es el que está vivo!
Y así estuvieron discutiendo delante del rey. 23 Entonces Salomón dijo:
—Una de ustedes dice: “Mi hijo está vivo, y el tuyo muerto”. Y la otra contesta: “No, el niño muerto es el tuyo, y el mío es el que está vivo”.
24 Salomón se dirigió a sus ayudantes y les pidió que trajeran una espada. Cuando se la llevaron, 25 Salomón ordenó:
—Corten al niño vivo en dos mitades, y denle una mitad a cada mujer.
26 Entonces la verdadera madre, llena de angustia, gritó:
—¡Por favor, Su Majestad! ¡No maten al niño! Prefiero que se lo den a la otra mujer.
Pero la otra mujer dijo:
—¡Ni para ti ni para mí! ¡Que lo partan en dos!
27 Entonces el rey ordenó:
—No maten al niño. Entréguenlo a la que no quiere que lo maten. Ella es su verdadera madre.
28 Todo el pueblo de Israel escuchó cómo el rey había solucionado este problema. Así Salomón se ganó el respeto del pueblo, porque ellos se dieron cuenta de que Dios le había dado sabiduría para ser un buen rey.
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