El valor de lo que ofreces



A veces cuando damos un regalo, nos esforzamos al máximo para darle lo mejor a esa persona especial, pero cuando se trata de un regalo por compromiso no es necesariamente un esfuerzo máximo lo que hacemos ¿Verdad?

Dar algo es muchas veces sinónimo de valor, cuando compras algo das dinero, cuando regalas algo das algo de valor (hasta un abrazo tiene valor), pero hay algo más allá del valor y es el corazón con lo que ofreces.

El valor puede aumentar o disminuir monetariamente, pero lo material no siempre va a reflejar el verdadero valor de lo que damos, la intención de tu corazón, lo más profundo de ti, eso es lo que realmente le da valor a las cosas.

Quizá para el pensamiento materialista no importe nada las intenciones al momento de realizar una transacción monetaria, y es cierto desde ese punto de vista, porque una casa no te va a costar barato si solo lo sientes desde muy adentro de ti, pero lo que en realidad va a valer al final de todo es lo que ocasione en ti.

No es lo mismo comprar una casa lujosa con un gran precio solo para satisfacer tu ego, que comprar una casa modesta con un regular precio para vivir con el ser que más amas.

Esto es lo que le pasó a David cuando estaba viendo la destrucción de su pueblo, estaba dispuesto a pagar el precio de su pecado él solo y su familia, pero cuando Dios le dijo lo que debía hacer, demostró el valor de su arrepentimiento rechazando el ofrecimiento de hacerlo fácil y gratis, sino que como hombre y con los pantalones bien puestos (aunque en ese entonces no había pantalones, pero es un decir) le dijo a Arauna: "Te lo agradezco, pero yo no puedo ofrecerle a Dios algo que no me haya costado nada. Así que yo te pagaré todo lo que me des."

¿Qué es aquello que te cuesta (no solo monetariamente hablando) que quisieras entregarle a Dios?
¿Si Dios te lo pidiera, se lo entregarías?



2 Samuel 24:16-25
El ángel que Dios había enviado a matar a la gente, llegó a Jerusalén. David lo vio cuando llegó a donde Arauna el jebuseo estaba limpiando el trigo. Como el ángel ya estaba a punto de destruir la ciudad, David dijo: «Dios mío, yo fui el que hizo mal; yo fui quien pecó contra ti. Por favor, no castigues a mi pueblo. Mejor castígame a mí y a mi familia».
Dios envió a David este mensaje por medio del profeta Gad: «Ve y constrúyeme un altar en el lugar donde Arauna limpia el trigo».
David obedeció el mensaje de Dios, y fue con sus sirvientes a construir el altar. Cuando Arauna vio que el rey se acercaba, salió y se inclinó ante él hasta tocar el suelo con su frente, y le dijo:
—¿A qué debo que Su Majestad venga a verme? ¡Yo no soy más que su sirviente!
Pero David le contestó:
—He venido a comprarte el lugar donde limpias el trigo. Quiero construir allí un altar para Dios. Así se detendrá la enfermedad que está matando a la gente.
Arauna le contestó:
—Su Majestad, todo lo que tengo es suyo. Presente las ofrendas a Dios, y yo le daré los toros para el sacrificio, y hasta mis herramientas de trabajo para que las use como leña. Yo le doy a usted todo esto, y deseo que Dios acepte lo que usted le ofrezca.
—Te lo agradezco —dijo David—, pero yo no puedo ofrecerle a Dios algo que no me haya costado nada. Así que yo te pagaré todo lo que me des.
David le dio a Arauna cincuenta monedas de plata por el terreno y por los toros, y construyó allí un altar para Dios. Para que ya no los castigara, le presentó a Dios los toros como ofrenda, y además le presentó otras ofrendas. Y Dios escuchó sus ruegos y detuvo el castigo contra los israelitas, pues le dio tristeza haberlos castigado. Entonces le dijo al ángel: «Basta, ya no sigas». Así fue como se detuvo la enfermedad en Israel.

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